La Medalla de San Benito
(Salveregina2005)
http://www.sbenito.org/vidasb/vidasb.htm
Significado e historia de la Medalla de San Benito
Fuente: www.abadiadesilos.es
En las antiguas medallas aparece, rodeando la figura del santo, este texto latino en frase entera: Eius in óbitu nostro preséntia muniámur. "Que a la hora de nuestra muerte, nos proteja tu presencia". En las medallas actuales, frecuentemente desaparece la frase que es sustituida por esta: Crux Sancti Patris Benedicti, o todavía, más simplemente, por la inscripción: Sanctus Benedictus.
· En cada uno de los cuatro lados de la cruz: C. S. P. B. Crux Sancti Patris Benedicti. Cruz del Santo Padre Benito
· En el palo vertical de la cruz: C. S. S. M. L. Crux Sácra Sit Mihi Lux. Que la Santa Cruz sea mi luz
· En el palo horizontal de la cruz: N. D. S. M. D. Non Dráco Sit Mihi Dux. Que el demonio no sea mi jefe
· Empezando por la parte superior, en el sentido del reloj: V. R. S. Vade Retro Satána. Aléjate Satanás - N. S. M. V. Non Suáde Mihi Vána. No me aconsejes cosas vanas - S. M. Q. L. Sunt Mála Quae Libas. Es malo lo que me ofreces - I. V. B. ípse Venéna Bíbas. Bebe tú mismo tu veneno
En la parte superior, encima de la cruz suele aparecer unas veces la palabra PAX y en las más antiguas IESUS
No cabe duda que la medalla de San Benito es una de las más apreciadas por los fieles. A ella se le atribuyen poder y remedio, ya sea contra ciertas enfermedades de hombre y animales, ya contra los males que pueden afectar al espíritu, como las tentaciones del poder del mal. Es frecuente también colocarla en los cimientos de nuevos edificios como garantía de seguridad y bienestar de sus habitantes.
El origen de esta medalla se fundamenta en una verdad y experiencia del todo espiritual que aparece en la vida de san Benito tal como nos la describe el papa san Gregorio en el Libro II de los Diálogos. El Padre de los monjes usó con frecuencia del signo de la cruz como signo de salvación, de verdad, y purificación de los sentidos. San Benito quebró el vaso que contenía veneno con la sola señal de la cruz hecha sobre él. Cuando los monjes fueron perturbados por el maligno, el santo mandó que hicieran la señal de la cruz sobre sus corazones. Una cruz era la firma de los monjes en la carta de su profesión cuando no sabían escribir. Todo ello no hace más que invitar a sus discípulos a considerar la santa cruz como señal bienhechora que simboliza la pasión salvadora del Señor, por la que se venció el poder del mal y de la muerte.
La medalla tal como hoy la conocemos, se puede remontar al siglo XII o XIV o quizá a una época anterior y tiene su historia. En el siglo XVII, en Nattenberg -Baviera-, en un proceso contra unas mujeres acusadas de brujería, ellas reconocieron que nunca habían podido influir malignamente contra el monasterio benedictino de Metten porque estaba protegido por una cruz. Hechas, con curiosidad, investigaciones sobre esa cruz, se encontró que en las tapias del monasterio se hallaban pintadas varias cruces con unas siglas misteriosas que no supieron descifrar. Continuando la investigación entre los códices de la antigua biblioteca del monasterio, se encontró la clave de las misteriosas siglas en un libro miniado del siglo XIV. En efecto, entre las figuras aparecía una de san Benito alzando en su mano derecha una cruz que contenía parte del texto que se encontraba sólo en sus letras iniciales en las astas cruzadas de las cruces pintadas en las tapias del monasterio de Metten, y en la izquierda portaba una banderola con la continuación del texto que completaba todas las siglas hasta aquel momento misteriosas.
Mucho más tarde, ya en el siglo XX, se encontró otro dibujo en un manuscrito del monasterio de Wolfenbüttel representando a un monje que se defiende del mal, simbolizado en una mujer con una copa llena de todas las seducciones del mundo. El monje levanta contra ella una cruz que contenía la parte final del texto consabido. Es posible que la existencia de tal creencia religiosa no sea fruto del siglo XIV sino muy anterior.
Benedicto XIV, en marzo de 1742, aprobó el uso de la medalla que había sido tachada anteriormente, por algunos, de superstición. Dom Gueranger, liturgista y fundador de la Concregación Benedictina de Solesmes, comentó que el hecho de aparecer la figura de san Benito con la santa Cruz, confirma la fuerza que su signo obtuvo en sus manos. La devoción de los fieles y las muchas gracias obtenidas por ella es la mejor muestra de su auténtico valor cristiano.
EL SIGNO DE LA CRUZ Y LA PROTECCIÓN CONTRA EL DEMONIO EN LA VIDA DE SAN BENITO
Fuente : www.abadiasantamaria.org
Con
este signo de salvación, San Benito se libró del veneno que unos malos monjes le
ofrecieron: Cuando fue presentada al abad, al sentarse a la mesa, la vasija de
cristal que contenía la bebida envenenada para que la bendijera, según costumbre
en el monasterio, Benito, extendiendo la mano, hizo la señal de la cruz y con
ella se quebró el vaso que estaba a cierta distancia; y de tal modo se rompió,
que parecía que a aquel vaso de muerte, en lugar de la cruz, le hubiesen dado
con una piedra. Comprendió en seguida el varón de Dios que debía contener una
bebida de muerte lo que no había podido soportar la señal de la vida (4). El
episodio, según el relato gregoriano, debió inspirar las palabras del exorcismo
referidas a la bebida que ofrece el Maligno, así como la protección atribuida a
la señal de la cruz.
Los ataques del demonio también se dieron contra el abad de Casino y sus monjes:
el "antiguo enemigo", muy contrariado por la conversión de los paganos de la
región, atraídos por la predicación del Santo, se presentaba a sus ojos para
amenazarlo y atemorizar a los suyos: Pero el antiguo enemigo, no sufriendo estas
cosas en silencio, se aparecía no ocultamente o en sueños, sino en clara visión
a los ojos del padre, y con grandes gritos se quejaba de la violencia que tenía
que padecer por su causa, tanto que hasta los hermanos oían sus voces, aunque no
veían su imagen. Sin embargo, el venerable abad contaba a sus discípulos que el
antiguo enemigo aparecía a sus ojos corporales horrible y encendido y que
parecía amenazarle con su boca y con sus ojos llameantes. Y a la verdad, lo que
decía lo oían todos, porque primero le llamaba por su nombre; y como el varón de
Dios no le respondiese, prorrumpía en seguida en ultrajes contra él. Así, cuando
gritaba, diciendo: "Benito, Benito", y veía que le daba la callada por
respuesta, añadía al instante: "Maldito y no Bendito ¿qué tienes conmigo?
¿Porqué me persigues? (5).
Estos ataques directos, estos combates
encarnizados con el demonio, son una constante en la vida de San Benito, que le
proporcionó con ellos ocasiones de nuevas victorias, como dice San Gregorio poco
después.
Ya en el comienzo de la permanencia en Subiaco, el demonio rompe la campanilla
de que se servía el monje Román para avisar a nuestro Santo cuando debía retirar
sus alimentos (6). Leemos también que el demonio, en forma de una ave negra, le
provoca terribles tentaciones al mismo Benito (7), y a otro monje lo distrae de
la plegaria, llevándolo a vagar (8). A un hermano lo lleva a mostrarse soberbio,
ganado por los malos pensamientos que el demonio le sugiere; significativamente,
Benito, advirtiendo su turbación, le manda: Traza una cruz, hermano, sobre tu
corazón (9). Inspira al presbítero Florencio que, celoso, hostigue a Benito y
sus discípulos (10), y siempre buscó dificultar la vida del monasterio, tanto en
lo material, como en lo espiritual, suscitando inconvenientes de todo tipo, como
la muerte de un adolescente (11).
Estos episodios, relatados por el Papa San
Gregorio, muestran de qué manera San Benito combatía con el demonio, el cual lo
atacaba constantemente, como adversario de toda obra buena. Un encuentro con el
demonio ilustra lo dicho: Yendo un día el santo al oratorio de San Juan, sito en
la misma cumbre del monte, salióle al encuentro el antiguo enemigo bajo la forma
de un albéitar (o médico), llevando un vaso de cuerno con brebajes. Como Benito
le preguntara adónde iba, él le contestó: "me voy a darles una poción a los
hermanos". Fuese entonces el venerable padre a la oración, y concluida ésta,
volvió inmediatamente. El maligno espíritu, por su parte, encontró a un monje
anciano sacando agua, y al punto entró en él y lo arrojó en tierra,
atormentándole furiosamente. Al volver de la oración el varón de Dios, viendo
que era torturado con tal crueldad, dióle tan sólo una bofetada y al momento
salió el maligno espíritu, de suerte que no osó volver más a él (12).
Su mejor defensa era, con la oración, la fidelidad al Señor y la confianza en
El, la caridad, la constancia en el bien, la práctica de la justicia. Una vida
santa, por una parte, provoca la enemistad del demonio, mas por la otra, es la
mejor defensa contra él, pues donde está Dios por la gracia, no puede entrar a
dominar el terrible enemigo.
LOS MONJES DEL DESIERTO
No sorprende
entonces que la devoción tradicional acudiera a la intercesión y al ejemplo del
Santo Abad, para oponerse al demonio, con la señal de la cruz y las palabras de
la oración. Pero es preciso considerar todo esto en su conjunto: los ataques
diabólicos muestran la impotencia de su autor ante el desarrollo de la fe y su
afianzamiento; intentan asustar a los fieles, los tientan y solicitan, para
apartarlos del buen camino. La mejor defensa contra ellos es confiar en Dios y
mantenerse firme en el propósito de la fe y del bien obrar, porque donde está la
gracia y la santidad, el demonio nada puede. La vida monástica, vida consagrada
a Dios en la oración, el retiro y el trabajo, es el campo de los más duros
combates contra el mal. Ya en la Vida del primero de los monjes, San Antonio
Abad, escrita por San Atanasio, obispo de Alejandría de Egipto, en el siglo IV,
se describen los combates que sufrió el solitario, y que adquieren un valor de
testimonio y de ejemplo: el monje se interna en el desierto, donde habitan los
demonios, para desalojarlos de allí, y ganar esos espacios para Cristo.
El episodio narrado en el c. 30 del 2° libro de los Diálogos, que hemos
transcrito más arriba, el diablo que se dirige con unas misteriosas bebidas al
monasterio para tentar a los hermanos, tiene el precedente de un encuentro
similar que le acaeció a abba Macario: vio a Satanás en figura humana, llevando
unos pequeños envases con distintas pociones para ofrecérselas a los hermanos,
que eran otras tantas tentaciones (13).
Recordemos aquí otro texto elocuente. En los Apotegmas o Dichos de los Padres
del desierto se lee la siguiente anécdota: Un hermano fue a visitar a abba
Poimén, pues deseaba confiarle sus pensamientos, pero no se animó a abrirle su
corazón, a pesar de que lo intentó muchas veces. Advirtiólo el anciano, y le
insistió que hablase, y el hermano le dijo que lo atormentaba una tentación muy
fuerte de blasfemar. El anciano le respondió: No te turbes por este pensamiento.
Los combates carnales nos llegan muchas veces por culpa de nuestra negligencia,
pero este pensamiento no procede de la negligencia, sino que es una sugerencia
de la serpiente. Cuando llega el pensamiento, levántate, ora y haz la señal de
la cruz, diciéndote a ti mismo como si te dirigieras al enemigo: "¡Sea el
anatema para ti y tu tentación! Caiga tu blasfemia sobre ti, Satanás, pues yo
creo firmemente que Dios es providente con todos: ¡Este pensamiento no viene de
mí mismo, sino de tu mala voluntad!" (14). Las palabras empleadas nos recuerdan
la oración que acompaña ala Cruz de San Benito, las cuales, con la señal de la
cruz, se confirman como el arma más eficaz para mantener apartado al demonio y
sus tentaciones.
ORIGEN Y DIFUSIÓN DE LA CRUZ Y MEDALLA DE SAN BENITO
Más
arriba decíamos que no se puede demostrar que la Cruz y Medalla de San Benito se
remonte hasta el mismo Santo. Su difusión comenzó a raíz de un proceso por
brujería en Baviera, en 1647. En el lugar de Natternberg, unas mujeres fueron
juzgadas por hechiceras, y en el proceso declararon que no habían podido dañar a
la abadía benedictina de Metten, porque estaba protegida por el signo de la
Santa Cruz. Se buscó entonces en el monasterio y se encontraron pintadas
representaciones de la cruz, con la inscripción que ya conocemos, la misma que
acompaña siempre a la medalla. Pero esas iniciales misteriosas no podían ser
interpretadas, hasta que, en un manuscrito de la biblioteca, iluminado en el
mismo monasterio de Metten en 1414 y conservado hoy en la Biblioteca Estatal de
Munich (Clm 8201), se vió una imagen de San Benito, con esas palabras. Un
manuscrito anterior, del siglo XIV y procedente de Austria, que se encuentra en
la biblioteca de Wolfenbüttel (Helmst. 2°,
35`j, parece haber sido el origen de la imagen y del texto.
En el siglo XVII J. B. Thiers, erudito
francés, la juzgó supersticiosa, por los enigmáticos caracteres que la
acompañan, pero el Papa Benedicto XIV la aprobó en 1742 y la fórmula de su
bendición se incorporó al Ritual Romano.
En el siglo XIX se dio un renovado fervor por la Cruz-Medalla, desarrollado en
Francia por el celo de Léon-Papin Dupont (1797-1876), llamado el santo hombre de
Tours. Hombre muy fervoroso, con muchas relaciones en los medios eclesiásticos y
dotado de gran generosidad y caridad, difundió la devoción por la Santa Faz, y
también propagó el uso de la medalla de San Benito. En la obra ya citada de Dom
Guéranger se refieren gracias y milagros atribuidos a la invocación del Santo y
a la medalla. La primera edición del escrito del abad de Solesmes data de 1862,
pero es anterior, de 1849, una obrita del abad de San Pablo extramuros, D.
Francesco Leopoldo Zelli Iacobuzzi (1818-1895) (16), la cual, fue publicada en
francés por la iniciativa de Dupont y Dom Guéranger empleó en su propio trabajo.
En ella, el autor, que fue uno de los que encarnaron los esfuerzos de reforma
monástica en su patria, hace la historia de la medalla, acudiendo a distintos
autores, y con ella influyó en los que en Francia escribieron sobre el
particular. Es conocida la importancia que el cenobio ostiense tuvo en la
restauración benedictina del siglo XIX: en él emitió la profesión Dom Guéranger,
y los hermanos Mauro y Plácido Wolter, que luego establecerían la vida monástica
en Beuron y Maredsous, pasaron allí parte de su período de formación. También,
algunos jóvenes llegaron desde Brasil, con la esperanza de profesar en Roma la
Regla benedictina y trasladarse luego a su país, para incorporarse a los
monasterios existentes, que no podían recibir novicios (17). No es de extrañar,
entonces, que en ese plan más vasto de renovación espiritual, desde el
monasterio paulino, convertido en una suerte de centro de irradiación del fervor
benedictino, se difundiera juntamente la devoción a la medalla de San Benito. De
hecho, la representación más popular de la misma es la llamada "medalla del
jubileo", diseñada por el monje de Beuron, Desiderio Lenz, el artista inspirador
del famoso estilo que lleva el nombre de la "escuela beuronense", y acuñada
especialmente para el Jubileo benedictino de 1880. Se celebraba ese año el XIV
centenario del nacimiento de San Benito de Nursia, y los abades de todo el mundo
se reunieron en Monte Casino, desde donde la imagen se diseminó por todo el
mundo.
Una curiosidad bibliográfica es el folleto La santa Cruz de San Benito Abad en
México. primera edición castellana por Manuel M de Legarreta.
México, Imprenta Guadalupana de Reyes Velasco 1895
que es la traducción castellana de la versión francesa de la obra mencionada del
abad de San Pablo, Don Francesco Leopoldo Zellí-Iacobuzzi. En la Advertencia que
la precede, y que se encuentra en la edición francesa, se dice que Dupont, el "santo
hombre de Tours", conoció el original italiano, y lo hizo traducir a su lengua.
De la sexta edición (1882), se hizo la primera española en México, que es la que
conocemos (18). En el Prólogo de ella se relatan los inicios de la devoción
benedictina en ese país, debida al celo de ún sacerdote, el Padre Domingo Ortiz,
desde 1878, y a la "Legión de la Santa Cruz de San Benito Abad", que el Papa
León XIII reconoció con Breve del 20 de diciembre de 1895. Es interesante esta
implantación de la devoción, que es anterior en unos 20 años a la llegada de los
benedictinos a México.
LA BENDICIÓN DE LA MEDALLA
La
medalla recibe una bendición, que es conferida por los monjes sacerdotes de la
Orden de San Benito, con una fórmula particular. En ella, de acuerdo con el
texto que acompañó la medalla, se pide a Dios que aleje el poder del diablo, en
un contexto de alabanza divina, de confianza en la Trinidad por el amor del
Señor Jesucristo, que ha de venir para juzgar a vivos y muertos. Se implora para
el fiel que llevará la medalla, y que se ocupare en obras buenas, la salud del
alma y del cuerpo, y la santidad, así como las gracias que la Iglesia ha
concedido a los monjes, con quienes se establece como una fraternidad
espiritual. Finalmente, se pide a Dios que los que usan la medalla busquen
evitar las insidias y engaños del diablo, con el auxilio de tu misericordia,
para que se presenten ante Ti santos e inmaculados. El texto no se limita, pues,
a un solo aspecto del combate espiritual, como sería la lucha con el demonio
entendida en un sentido casi físico, sino que apunta a una comunión profunda en
el amor de Dios, haciendo su voluntad, que incluye el rechazo del mal, y
poniendo en práctica con caridad generosa y piedad los mandatos divinos.
Es de desear, entonces, que los numerosos fieles, que son devotos de San Benito,
y llevan la Cruz y Medalla, para recibir con abundancia las gracias y
bendiciones que Dios derrama sobre los que responden con su vida, sus
pensamientos y sus buenas obras a la llamada evangélica, interiorizándose cada
vez más del espíritu del Santo Padre de los monjes, lo pongan en práctica. Así
lo pide la Iglesia con la antigua oración de la fiesta de San Benito: Oh Dios,
que te dignaste llenar del espíritu de todos los justos a tu santísimo confesor
Benito, concédenos a nosotros, tus siervos, que celebramos su solemnidad, que
llenos de su espíritu, cumplamos fielmente, auxiliados por tu gracia, lo que
hemos prometido.